Pues así con las coñas ya se ha terminado una temporada más de Top Gear, y van nada más y nada menos que dieciséis en nueve años, con la siguiente ya prevista para junio. Creo que más de una vez he dicho por aquí que es mi programa preferido de la televisión actual series aparte, y una vez más Hammond, May y Clarkson no han decepcionado en estas seis entregas.
Uno de los mayores problemas que siempre tuvo Top Gear fueron los invitados de la sección «A Star in a Reasonable Priced Car». Muchas fueron las tentaciones a lo largo de los años de darle al fast-forward para pasar de unas personas que normalmente eran superaburridas y que rompían totalmente el ritmo del programa. Sin embargo, en esta temporada hemos tenido suerte, y por norma general la gente que se disponía a dar la vuelta a la pista en el Kia Cee’d rojo ha estado entretenida y graciosa. El clímax ha sido la asistencia del ex-Vice Primer Ministro del Reino Unido, John Prescott, en el último programa. Es sabiduría popular que Clarkson y él tienen un pique público por sus visiones totalmente opuestas en lo que al transporte en el país se refiere, y ese enfrentamiento se ha trasladado a la entrevista. Los abucheos, las pullas y los puteos han estado a la orden del día en una demostración de morbo bien llevado, sí, pero también de libertad de expresión.
Lo que realmente hace que Top Gear sea Top Gear son los reportajes tan distintivamente suyos que hacen, con esa fotografía tan preciosista y esa gran dirección. Dos a destacar, el viaje por Albania en un Rolls-Royce Ghost, un Mercedes S65 AMG y un Yugo intentando probar cuál de esos coches era el mejor para un miembro de alto rango de la mafia, que contó con una persecución con policía de verdad por las calles de Tirana, que aunque esté planeada de antemano, realmente hay que ser un Gobierno muy loco para que te dejen llevar a cabo semejante desprecio por la seguridad pública, que ni cierra las calles ni nada; y la sorprendentemente exitosa transformación de una máquina cosechadora en un quitanieves, con accidente de avioneta incluído. Dicho esto, se echa de menos la épica que tenía hace unos años. Recuerdo cuando ver este programa significaba para mí no poder parar de reír durante toda la hora, y ahora son unas cuantas carcajadas (que sigue siendo más de lo que me da la mayoría de comedias, ojo) y listo. Y ya no sólo eso, echo de menos el quedarme flipando boquiabierto con la magnitud de lo que intentaban conseguir. ¿Dónde están los retos como el de pasar el Canal de La Mancha en un coche anfibio construido por ellos a partir de chatarras de hace 40 años? ¿O el montarle unos tanques de queroseno a un Reliant Robin, pintarlo de blanco, llamarle transbordador espacial y mandarlo al espacio (que por cierto, en su momento fue el mayor cohete lanzando por una organización no gubernamental en Europa)? Ahora es igual, pero no lo mismo.
Aún así, no ha sido para nada una mala temporada. Me gustó mucho el reportaje con el que cerrar este pack de entregas, sobre los cuarenta años del Moon Buggy y un «review» de su nueva versión. A los chicos últimamente les gusta acabar con una nota más seria, y ésta ha sido una gran manera de finalizar esta remesa. Curioso, ha terminado hace dos días y ya tengo ganas de que llegue junio para tener más episodios nuevos que ver. Realmente, me encanta Top Gear.