Las aventuras de los «putos borrachos ingleses» de Mad Dogs han llegado a su final después de cuatro semanas intentando sobrevivir en esa preciosa villa de Mallorca, sólo para darnos un desenlace demasiado raro y abierto que sinceramente desmerece un poco bastante lo visto en el resto de la miniserie.
Lo que hasta el momento era una miniserie que pasaba por muy entretenida e interesante, con un guión que a pesar de no tirar de lucimientos especiales lograba que el espectador mantuviera la atención gracias a esa sensación de encierro y de madeja liándose sola, en los últimos veinte-veinticinco minutos se convirtió en un gran recital de cómo forzar un final y no morir en el intento.
Con Mad Dogs he descubierto que odio los finales abiertos. Implicar cosas está muy bien, pero si no se hace correctamente queda la sensación de tomadura de pelo, y es como me he sentido al ver los títulos de crédito del último capítulo. Sí, se implica que Quinn lo que ha hecho es inmolarse para salvar del fatal destino al resto del grupo, pero… ¿Cuándo los otros se metieron a la piscina, dónde estaba él? ¿Por qué no estaba con los demás? ¿Y por qué él y no Woody? El discurso que el personaje de Max Beesley le suelta a María Botto está ahí para decirnos que en realidad él no tiene nada que perder, mientras que el pasado y la situación personal de Quinn no ha sido realmente tratado al mismo nivel que el del resto de los personajes. Pero bueno, digamos que el discurso ha sido una especie de intento por establecer un red herring y listos, no es el mayor problema que tuve con el final. Ese fue toda la historia de la pintura corporal.
Entiendo, y me parece más que lógico, que a estas alturas de la película la paranoia se haya apoderado de nuestros cuatro protagonistas y que por su culpa vean amenazas donde no las hay. Pero de ahí a tener que pasarnos cinco minutos viéndolos vestirse como los hijos de un mal polvo entre un indio americano y el William Wallace de Mel Gibson en Braveheart, intentándonos representar de alguna manera que quieren luchar por sus vidas y no se van a rendir tan fácilmente, en uno de los momentos más cruciales de la historia que se nos está contando, está totalmente de más. En ese momento ya estaba bastante más que establecido que ellos iban a luchar, y si no fuera así de qué hubieramos estado los dos capítulos anteriores viendo cómo se comen la cabeza intentando procesar lo que les está pasando y cómo intentan reaccionar a ello de una manera digna y que no les lleva a la cárcel o a dos metros bajo tierra. No hace falta que nos deis tan masticadito lo que llevamos tres horas de miniserie viendo con nuestros propios ojos.
Realmente, con ese final lo que lo que se ha conseguido es desperdiciar una producción que hasta el momento estaba siendo bastante decente. Ya no sólo era entretenida, si no que los personajes estaban bien perfilados y eran interesantes de ver y escuchar, con unos conflictos tanto internos como entre ellos que añadían un elemento aún más personal, si cabe, a una situación que no era más que un polvorín a punto de estallar. Pena que después de insinuarnos con tanto ahínco que dentro había cuarenta millones de kilos de dinamita, al final sólo fueran unos cuantos petardos mal colocados.