Nadie va a echar de menos a The Good Guys, nadie menos yo. Al final hasta le había cogido cierto cariño a Dan y a Jack, aunque cada capítulo que pasara Liz me fuera cayendo aún peor que en el anterior. Era una serie bastante simpaticota, que suplía la falta de capacidad de enganche en los casos que investigaban los detectives con las salidas de tono inesperadas de Stark y la maravillosa relación que tenía con Bailey.
Y es que estos dos tíos de la foto no podían ser más diferentes que cuando empezó la serie. Mientras que Dan Stark era el típico policía salido de una peli de los 80 (cosa que se parodia constantemente con la peli Savage & Stark, que como el bigotudo nos recuerda constantemente es de 1985), violento, mujeriego y muy idealista; Jack Bailey era un tío con los pies en la tierra, metódico y respetuoso. Y, como en El Quijote, la grandeza de la serie es ver como el uno se influencia al otro y el otro al uno hasta llegar a un punto de equilibrio cuasiperfecto en el que son capaces de arrasar con cualquier cosa y a la vez detener a todos los «punks» que se les pongan por delante. Todo aderezado con explosiones y tiros, claro.
The Good Guys también tiene sus partes malas, por supuesto. Toda la relación de Jack y Liz sobrarba pero muchísimo. La tía me caía como una patada en el culo, y por qué no decirlo, a pesar de suponerse que más buena que un bocata de nocilla a mí no me resultaba nada atractiva. Justo al revés de lo que me pasaba con Samantha, que se supone que era una frikaza del quince y mírala a ella. Supongo que haber visto a Angela Sarafyan en la miniserie para internet Hot Sluts (que algún día hablaré de ella porque tela, con ese nombre ya os imagináis) habrá influído bastante.
Por otro lado, los casos ya empezaban a responder a un patrón fijo semana tras semana, a pesar de que ya al final le intentaran quitar ese elemento de repetición, casi siempre sin conseguirlo. El esquema era el siguiente: la pareja protagonista o veía o le era asignado un caso de muy poca monta que por la cabezonería de Dan o por orden directa de la Jefa de la comisaría acababan investigando. Poco a poco iban tirando del hilo hasta descubrir una trama criminal de proporciones apocalípticas, que desarticulaban poniendo en peligro sus vidas y las de los demas, normalmente con Dan en una vestimenta rara o directamente sin ellas, para que no les sirva de nada y sigan siendo los últimos monos del Dallas Police Department. Después de veinte capítulos, la cosa ya se empezaba a parecer un disco rallado. Y, sin embargo, me entretenía un huevo y medio.
Pero bueno, se acabó lo que se daba. Y no se puede decir que la FOX no haya luchado por sacarla adelante. Le ha dado cuarenta millones de oportunidades y la audiencia no ha respondido, y ya se sabe: lo que la audiencia decide, en las networks va a misa.