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Cuesta arriba y cuesta abajo

2 Nov

Por fin vi el season finale de Mad Men, después de todos los problemas que tuve con el ordenador y con las 40000 series atrasadas que tenía por culpa de la máquina infernal. Y vaya sorpresita inesperada que me esperaba.

Dudo que alguien esperara la gran noticia que Don Draper anunciaba a sus colegas de la oficina tirando ya hacia el final de capítulo: se nos casa de nuevo y esta vez con Megan, esa secretaria que poco a poco y casi sin darnos cuenta nos han ido presentando a través de pequeñas apariciones a lo largo de toda la temporada que cada vez han ido a más, hasta llegar a la traca final que fue ese viaje a California.

Esta noticia simplemente es la culminación de la progresión vital de Draper a lo largo de este cuarto año a nivel personal, que se une a las repercusiones de la famosa carta en el NY Times en el laboral. Si hiciéramos una representación gráfica de ambos aspectos, tendrían forma de «v», aunque mucho más pronunciada en el primer caso. En lo que respecta a SCDP, después del anuncio de Glo-Coat y el Premio Clio, la pérdida de clientes ha sido pronunciada hasta llegar a Lucky Strike, lo que llega a poner en jaque a la empresa. La resolución a través del momento de genialidad de Draper es lo que los saca del pozo y parece que vuelve a poner a la compañía en el mapa. Es un acto impulsivo e irresponsable, al igual que lo es decidir casarse con Megan o, retrocediendo en el tiempo, coger el nombre de un soldado muerto y apropiárselo.

Pero lo más interesante ha estado en el plano personal. La caída en picado que vimos en la primera parte de la temporada provocada más que nada por la ruptura de su matrimonio con Betty, y que ha llevado a Don ha tener incluso problemas con el alcohol. El punto de inflexión ha estado en esa charla con Peggy tras la muerte de Anna, en «The Suitcase», el que ha sido para mí el mejor episodio de esta cuarta entrega. La relación con Faye y la mejora personal que se propone el publicista no es más que esta cuesta arriba que viene después, y que como digo, culmina con la boda con Megan.

El caso de Don contrasta con la situación de su ex-esposa, esa sí que fue cuesta abajo y sin frenos. Empieza en un matrimonio feliz en el que parece que todo va bien, para acabar teniendo envidia cochina de su hija Sally (que grande es esta niña), de 10 años, por su relación de amistad con Glen, lo que le lleva a despedir a Carla y a darle la puntilla a su matrimonio con Henry. Betty se ha convertido en una persona amargada y aún más autoritaria que de costumbre, en un monstruo.

Pero el antiguo matrimonio no han sido los únicos que nos han dejado grandes momenos en esta temporada. Empecemos por Joan y Roger, que han tenido otra recaída en su relación, cuando Mark se marchó a Corea. La pelirroja se queda embarazada y aborta después de un polvo bastante movidito que no fue más que la reacción de ambos al miedo pasado tras un atraco. Al final la cosa queda en nada, pero ha sido otro terremoto en la constantemente tensa pero calmada situación que hay entre ambos.

Luego tenemos a Pete Campbell, que a pesar de cómo empezo la serie, ambicioso e hijoputa, se ha convertido tan poco a poco en uno de los personajes más noblotes que hay. Quizá el tener un hijo y el llevar una gran parte de la carga que supone SCDP, sobre todo en los malos momentos de ésta, le haya espabilado al hacer saber lo que es verdadera responsabilidad.

Y para acabar, tenemos a Peggy, con sus nuevos amigos hippy-lesbis que le hacen conocer y explorar un mundo más acorde a lo que ella busca de la vida, que es romper con los estándares estadounidenses de los años 40 y 50 en lo que respecta a las mujeres. Esa escena al final de un capítulo en el que la antigua secretaria de Don se situa entre Faye y Joan en el ascensor representa a los dos tipos de mujer entre los que se encuentra: la exuberante pelirroja es la mujer exitosa en su trabajo, pero en un trabajo que tradicionalmente se tiene que doblar a las exigencias masculinas y que se realiza en la sombra, mientras que la rubia representa a la mujer del futuro, exitosa por si misma sin tejemanejes extraños. Peggy es el eslabón que hay en medio de las dos, representa esa evolución que se da en los 60. En la cuarta temporada esta situación se hace aún más patente.

Termino ya diciendo que este cuarto año me ha parecido magnífico, quizá el mejor de toda la serie junto con el de debut. Mad Men alcazó la madurez hace mucho tiempo y su estatus como una de las mejores series de la historia es indiscutible, y esta temporada no ha hecho nada más que reforzarlo. Y es que la profundidad que ha exhibido ha sido apabullante, y para muestra este mismo post, que me ha quedado quilométrico a pesar de sólo haber tocado muy por encima todo lo que ha pasado.