Ya me he terminado The Wire. Me ha enganchado tanto que en dos semanas me he comido sin descanso sus sesenta capítulos repartidos a lo largo de cinco temporadas. Para mí es la serie perfecta, y la cuarta temporada está entre las mejores horas de televisión que he visto nunca. Eso sí, hay que decir que en la quinta temporada, si bien no desentona con el resto de la serie, se les va un poco la olla con algunos detalles, véase Lester y McNulty falsificando escenas del crimen o Omar tirándose desde un sexto o séptimo piso y no tener un rasguño.
Lejos de mi intención analizar ahora The Wire, más que nada porque para hacerlo de una manera decente se necesitarían escribir libros y libros y libros. Todas las lecturas que tiene, todos los detalles en los personajes, todas sus enseñanzas… La profundidad que tiene esta serie simplemente abruma. Aún así, sí quiero decir algunas cosas por encima.
Pienso que una de las principales ideas que se pueden sacar de The Wire es que nunca nada es igual, pero siempre es todo lo mismo. El cambio real no existe. Y hay un personaje, que es Carcetti, y dos momentos en concreto, que son los finales de la segunda y quinta temporada, en los que esta premisa es especialmente destacada. Pero no es la únca idea detrás de esta serie, por ejemplo, el paralelismo entre la guerra de Iraq y la tercera temporada es bastante evidente, y el nombre del capítulo final de esa temporada, «Mission Accomplished», como el discurso famoso de Bush, refuerza esa teoría.
Por otro lado, no se puede hablar de The Wire sin hablar de Baltimore, que en realidad es la gran protagonista. Me hubiera gustado ver una sexta temporada en la que se retratara un poco la vida cultural de la ciudad, pero aún así, a lo largo de sus cinco temporadas nos enseña las entrañas de sus instituciones y de sus órganos de gobierno, y la verdad es que no deja a ninguna en buen lugar. La corrupción está muy presente, e imponer el bien propio por encima del común es el pan de cada día. Aún así, siempre hay algún personaje que es capaz de darnos la esperanza de cambio, para verse al final torpedeado por las circunstancias o directamente por sus jefes. Ejemplos de ello son Frank Sobotka en el puerto, Gus en el Baltimore Sun, Daniels y Colvin en la policía o incluso Carcetti en el Ayuntamiento o Stringer Bell en el «game».
Uno de los grandes puntos fuertes de esta serie (y eso teniendo en cuenta que no tiene ninguno débil) está en sus personajes secundarios. Todos, incluso los que apenas aparecen unos pocos segundos por capítulo, están perfectamente definidos. Norman, el asesor de Carcetti, es el ejemplo perfecto. Tenía muy pocas frases, pero en esas pocas frases nos describían a un tío listo con mucho sentido del humor y un uso fino del sarcasmo. Y es imposible hablar de secundarios y no mencionar a Clay Davis y su «sheeeeeeeeeeeeee-it». La voz de Isiah Whitlock Jr. es simplemente especial.
Y hablando de «sheee-it». Es raro ver en alguna serie actual el uso de catchphrases, pero en The Wire salen constantemente. Entre el «Happy now, bitch?» de Bunk, el «What the fuck did I do?» de McNulty o el «Indeed» de Omar, por poner algunos ejemplo, tenemos un repertorio bastante curioso que cuando salen no desentonan nada con lo que está pasando, están ahí por una razón y no por estar.
Me imagino que a lo largo de este blog iré hablando de más aspectos y de personajes en concreto, porque ya digo, da para mucho, pero ya voy diciendo que mi personaje favorito es Omar. Sus motivaciones, sus idas de olla (la escena de la corbata en el juicio es genial) y su forma de ser lo hacen especial.
Una vez dicho todo esto, ahora mismo sólo me queda decir que si no habéis visto The Wire aún, no sé a que estáis esperando, sinceramente.